Por, Luis Alberto Nina


Le dediqué una canción a una persona… quizá la mejor y más exacta unión de letras combinadas, y de tal arreglo musical que pudiera existir entre ambos… le gustó, me dijo; y a la vez no le gustó que fuera algo triste. Entendí entonces que lo que a uno le gusta no necesariamente al otro igual le gusta. Era tan fácil concluir esto: es porque usualmente los seres humanos andamos en distintos lugares. Con esto me refiero a que tenemos historias distintas y, por ende, sabemos y pensamos diferentes, aparte de que convivimos con emociones igual—disímiles. Para mí la canción hablaba de esa persona; pero la persona no se veía en ella; y de verse, hipotéticamente hablando, no le iban a gustar sus letras. No era como que la inspiración estaba situada en un nulo escondite adonde todos atisban y se quedan… Las letras eran arte, pero este arte departía del amor de personas discapacitadas, y ella nunca lo fue…

 

Hace más de una década mi hermana mayor me comentaba sobre cómo una amiga suya se regocijaba con una canción que un enamorado le había dedicado. Mi hermana, sorprendida por las letras de la misma, le grita a su amiga que, la inspiración en vez la estaba ofendiendo; no era una dedicación, sino una misiva de muerte. Ignorante en este tema la amiga de mi hermana, pero igual en ese momento lo era yo; desconocía que las letras de una canción tienen mucho que ver cuando uno la dedica… No obstante, aún hoy ignoro el intríngulis de las dedicaciones puesto que, aunque las letras de mi dedicatoria eran lindas y no ofendían, una persona que no ama, no le va a gustar que se le diga que se le esperará pavoneado en las profundidades de un callejón. No hay formas de ello: el pecho y la voluntad eventualmente caerán.

La canción de la amiga era: Quien eres tú, de Frank Reyes

Se enamora uno con canciones y las canta como si estuviera contiguo a esa persona que ama. Se enamora la piel de bailar su música, se enamora el frío, la distancia, la oscuridad y el vino de todo un conjunto de sonidos que se prolonga en un recuerdo. ¡Lindo es cuando ambos se enamoran de la misma flor y ambos se hallan de alegría! Entonces, cuando el riesgo eventualmente se separa, aun se conserva en la música el latido de aquellas vibraciones, se rejuvenece todo al revivirla; no solo vuelve a existir el romance, igual vuelve a sentirse… Aunque siempre dice Sabina que, Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Sin lugar a dudas, la música tiene el potencial de lograr la vuelta, no de que al final o en el medio ésta sea del todo placentera… 

 

Telespañolitos

Llamé por teléfono a mi Mugneca sólo para pedirle que me recomendara una de Sabina, una que de seguro no había escuchado. ¡Ay, en las que tú me pones… a ver… Telespañolito! Igual, la escuché y, aunque hay ciertas metáforas dentro de la misma que entendí perfectamente, la canción es de ella con y por otro estúpido. No niego que en ese momento no encajó conmigo del todo. No obstante, continué de todos modos organizando mi listado de canción de Sabina en espárifai (Spotify). 32 fueron las canciones con las que –hasta ahora– terminó la lista, incluyendo la aventura de mi Mugneca.

Un mes después, más o menos, me levanto de la cama a las dos de la mañana con el fin de trabajar en una construcción que estoy realizando en mi hogar. Emocionado digo, ahora es el tiempo perfecto para escuchar toda la novela de ese tal Sabina que he separado en la aplicación. Pongo para que suenen en orden, así no me pierdo de ni una…

Salta la primera: 19 Días y 500 Noches (Lo nuestro duró / como duran dos peces de hielo en un Whisky on the rock… / Yo quería quererle y ella no… / Desde el taxi y haciendo un exceso, me tiró dos besos / Uno por mejilla / Y regresé… / Tanto la quería / Que tardé en aprender a olvidarla / Diecinueve días y quinientas noches)…

La segunda canción fue: Ahora que (Ahora que nos besamos tan despacio… / Ahora que está tan sola la soledad… / ¡Ahora! / Que te desnudo y me desnudas / Y en la estación de las dudas / Muere un tren de cercanía… / Ahora que tengo un alma / Que no tenía…) mejor todavía…

La tercera de éstas era en sí irrelevante mencionarla, porque se pone mejor y mejor y… mejor. Nombraría todo el albúm.

Cuando me adentré en mi carro, dos horas y algo después, sonaba la última canción: Y si amanece por fin (Y tal vez no tengamos más noches / Y tal vez no seas tú… / Olvídate del reloj / Nadie se ha muerto por ir sin dormir)…

Extasiado a esa hora, le envío una nota de voz a mi Princesa, que dura algunos 15 minutos. La misma hace un reencuentro de lo mágico que es cuando uno se topa con vainas que voltean la vida de uno en un antes y un después. Dicen que un clavo saca a otro clavo. Dicen igual que es mentira, que a veces una puntilla también puede sacar a un clavo. Yo, en lo personal, creo que no hay nada que saque a nada cuando lo que allí entró, lo hizo naturalmente. No obstante, debo admitir lo siguiente: escuchar a Sabina, aun sin vino, en esa madrugada, fue quizá una de las eventualidades más exquisitas que he experimentado en hace muchas décadas. Al punto que, en aquel audio le decía a mi Mugneca: por ti no conocí a Sabina, no obstante, por ti fue que de él me enamoré. Creo que me enamoré de su furia, de su magia, de su libertad. No sabe uno del porqué y de cuales cosas realmente son de las que se enamora… Y estas canciones vierten seducción y una corriente que, no hacen más que inspirar hasta al mismo arte. Algo así como, con Sabina conocí el vino, la escritura, la dedicación, la voluntad y la persistencia, hasta del amor supe otras beldades. Como que se puede uno enamorar del amor del tiempo, o sea, en el contexto plenamente. Pero, sobre todo, aprendí a amar el amanecer, y mañana y todos los días hasta que deje de existir haré lo mismo. Amar sin tener que señalar a quien, es realmente vivir la vida: de golpe a latido, de emoción a emoción… siempre en puro movimiento y con la mirada en alto. Y a nadie le dedicaré una canción de él, no hace falta eso; pero sí todo el álbum.

Fuentes: foto1   foto2

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