Por, Luis Alberto Nina


Las cosas que se pueden decir de semejante, que todo es quieto… lo que expresa cuando existe: el ademán más sutil y comprometido de lo dilatado, el lamento de lo irreversible, el empiezo pausado, las ondas de una esfera perpetuada e inequívoca… De todas las verdades de las que no tenemos noción, ésta, ¡la aseguro! Vive allí, cortada entre un cálido hálito de esperanza, algo y nada a la vez, que transforma el gran ensayo en calma y pedazos de materias invisibles, como las monadas, pero sin la más mínima equivocación. Un enérgico y devastador ocurrir que se logra y disimula en todos los estados; un mohín de algunos sitiales extranjeros, un despertar del misterio, la caída de un ruido: su murmullo desvestido. Ésta, sin lugar a duda, la considero la verdad más apacible de las que no conocemos. Vive en el trasfondo de las consideraciones, paralela a una opinión desinteresada; tibia, gris, a medias. Sin ella no hay inspiración, ni amor; sin ella no vive el arte; sin ella, el mundo detona en una algarabía de gotas introvertidas que lleva la edad a un choque sustancial de los retornos.

El ser humano alberga consigo la ilusión de que sus reemplazos, cuando nacen de sí, o dice que nacen de sí, son perfectamente irrefutables. Estas aventuras entonces se tejen de nudos –igual de incorpóreas– que perforan hasta las tentativas. ¡Porque lo expreso yo, es verdad! Se siente así, poco hay que añadirle. Pascal nos advierte sobre cuál nace primero, la teoría que conlleva a la práctica; o, que luego de la práctica, la teoría se confabula. Sin embargo, para nosotros es evidente que todo lo que decimos, habiéndolo–antes actuado o no, siempre será lo infalible.

Cuando te enfrentas a una disyuntiva; si te vas con mi verdad, triunfas. Te digo más…

El ser humano, cuando ve un vaso que continente la ausencia de algo, siempre tiende a creer que el mismo estuvo una vez lleno. Y no sólo lleno, sino que rebozaba el líquido de este. Y no cualquier líquido, sino de aquellas gotas de las babas de la gloria. Este ingenuo cree que hay magia en las cosas que percibe y que, por falta de indumentaria, “debe” entonces trajear. Y que, cuando lo disfraza, lo atesta de unas gotas cuyos colores, descomponen la imaginación. Mas, como nunca pierde una, obviamente ésta tampoco la perderá. Es el mejor traje que existe: líquido fantástico con los que sueña y vuela la libertad del pasado.

Advierto que, así como que hay que respetar todas las culturas, como amante de la sociología que soy, debo decir éstas otras verdades: que hay que entenderlo todo, no hay otra opción para la supervivencia; así como que Donald Trump es un idiota… la que dilucido aquí, o intento al menos poetizarla, encaja con las tres anteriores.

Cuando es tu turno, sucedió; todos miran a ti. Tú miras adonde te dé la gana de hacerlo, siempre y cuando no lo hagas a ningún lado especifico. A ver si lo expreso desde los polvos de otras tumbas: cuando actúes, no actúes. O, mejor dicho, cuando tengas que ser descifrado, convierte tus impulsos en enigma, haz de la magia una pólvora; vive tus experimentos internamente y, sobre todas las cosas del mundo, ni sonrías ni llores ni mires… Calla. ¡Haz silencio!

Detrás de la antiexpresión, si me lo permiten, coexisten los recovecos más etéreos de la verdad; lo que no se expresa, todavía se ofrece. Pero se logra en un sempiterno tempo a cámara lenta; algo así como la mudez, como el infinito; o como la profundidad de una mirada enamorada.

La persona que te observa entonces creerá que eres un genio, nunca un idiota; confabulará los atuendos más misteriosos que cualquier mente, en su mente, pudiera hilar y, habrá tu persona ganado otro admirador. En el silencio existe el hechizo de lo grandioso, la leyenda, la creación, la cuarta verdad de mi atrevimiento. Por consiguiente, cállate la maldita boca; ni te muevas siquiera. La respuesta que ofreces será la mejor que se te ocurirá en toda tu vida. Y permitele a la necedad que te vista de rey.

Fuente: foto1 

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