Por, Luis Alberto Nina


21 lecciones para el siglo XXI

Capítulo 15, Ignorancia 

Sabes menos de lo que crees

En los últimos siglos, el pensamiento liberal desarrolló una confianza inmensa en el individuo racional. Representó a los humanos como agentes racionales independientes, y ha convertido a estas criaturas míticas en la base de la sociedad moderna. La democracia se fundamenta en la idea de que el votante es quien mejor lo sabe, el capitalismo de mercado libre cree que el cliente siempre tiene la razón y la educación liberal enseña a los estudiantes a pensar por sí mismos.

Sin embargo, es un error depositar tanta confianza en el individuo racional. Los pensadores poscoloniales y feministas han señalado que este «individuo racional» podría muy bien ser una fantasía occidental chovinista, que ensalza la autonomía y el poder de los hombres blancos de clase alta. Como ya se ha señalado, los expertos en economía conductual y los psicólogos evolutivos han demostrado que la mayoría de las decisiones humanas se basan en reacciones emocionales y atajos heurísticos más que en análisis racionales, y que mientras que nuestras emociones y heurística quizá fueran adecuadas para afrontar la vida en la Edad de Piedra, resultan tristemente inadecuadas en la Edad del Silicio.

No solo la racionalidad es un mito: también lo es la individualidad. Los humanos rara vez piensan por sí mismos. Más bien piensan en grupos. De la misma manera que hace falta una tribu para criar a un niño, también es necesaria una tribu para inventar un utensilio, resolver un conflicto o curar una enfermedad. Ningún individuo sabe todo lo necesario para construir una catedral, una bomba atómica o un avión. Lo que confirió a Homo sapiens una ventaja sobre los demás animales y nos convirtió en los amos del planeta no fue nuestra racionalidad individual, sino nuestra capacidad sin parangón de pensar de manera conjunta en grupos numerosos. De forma individual, los humanos saben vergonzosamente poco acerca del mundo, y a medida que la historia avanza, cada vez saben menos. Un cazador recolector de la Edad de Piedra sabía cómo confeccionar sus propios vestidos, cómo prender un fuego, cómo cazar conejos y cómo escapar de los leones. Creemos que en la actualidad sabemos muchísimo más, pero como individuos en realidad sabemos muchísimo menos. Nos basamos en la pericia de otros para casi todas nuestras necesidades.

En un experimento humillante, se pidió a varias personas que evaluaran cuánto conocían sobre el funcionamiento de una cremallera corriente. La mayoría contestó con absoluta confianza que lo sabían todo al respecto; a fin de cuentas, utilizaban cremalleras a diario. Después se les pidió que describieran con el mayor detalle posible todos los pasos que implican el mecanismo y el uso de la cremallera. La mayoría no tenían ni idea. Esto es lo que Steven Sloman y Philip Fernbach han denominado «la ilusión del conocimiento». Creemos que sabemos muchas cosas, aunque individualmente sabemos muy poco, porque tratamos el conocimiento que se halla en la mente de los demás como si fuera propio. Esto no tiene por qué ser malo. Nuestra dependencia del pensamiento de grupo nos ha hecho los amos del mundo, y la ilusión del conocimiento nos permite pasar por la vida sin que sucumbamos a un esfuerzo imposible para comprenderlo todo por nosotros mismos. Desde una perspectiva evolutiva, confiar en el saber de otros ha funcionado muy bien para Homo sapiens. Sin embargo, como otras muchas características humanas que tenían sentido en épocas pasadas pero que en cambio causan problemas en la época moderna, la ilusión del conocimiento tiene su aspecto negativo. El mundo está volviéndose cada vez más complejo, y la gente no se da cuenta de lo poco que sabe sobre lo que está ocurriendo. En consecuencia, personas que apenas tienen conocimientos de meteorología o biología proponen no obstante políticas relacionadas con el cambio climático y la modificación genética de las plantas, mientras que otras tienen ideas muy claras acerca de lo debería hacerse en Irak o Ucrania, aunque sean incapaces de situar estos países en un mapa. La gente rara vez se es consciente de su ignorancia, porque se encierran en una sala insonorizada de amigos que albergan ideas parecidas y de noticias que se confirman a sí mismas, donde sus creencias se ven reforzadas sin cesar y en pocas ocasiones se cuestionan. Es improbable que proporcionar más y mejor información a la gente mejore las cosas. Los científicos esperan disipar las concepciones erróneas mediante una educación científica mejor, y los especialistas confían en influir en la opinión pública en temas como el Obamacare y el calentamiento global presentando a la gente hechos precisos e informes de expertos. Tales esperanzas se basan en una idea equivocada de cómo piensan en realidad los humanos. La mayor parte de nuestras ideas están modeladas por el pensamiento grupal y no por la racionalidad individual, y nos mantenemos firmes en estas ideas debido a la lealtad de grupo. Es probable que bombardear a la gente con hechos y mostrar su ignorancia individual resulte contraproducente. A la mayoría de las personas no les gustan demasiado los hechos y tampoco parecer estúpidas. No estemos tan seguros de poder convencer a los partidarios del Tea Party de la verdad del calentamiento global enseñándoles páginas y más páginas de datos estadísticos. El poder del pensamiento grupal está tan generalizado que resulta difícil romper su preponderancia, aunque las ideas parezcan ser bastante arbitrarias. Así, en Estados Unidos los conservadores de derechas suelen preocuparse mucho menos de cosas como la contaminación y las especies amenazadas que los progresistas de izquierdas, razón por la cual Luisiana tiene normativas ambientales mucho más permisivas que Massachusetts.

 

 

Estamos acostumbrados a esta situación, de modo que la damos por sentada, pero en realidad es muy sorprendente. Cabría esperar que los conservadores se preocuparan mucho más por la conservación del antiguo orden ecológico y por proteger sus tierras ancestrales, sus bosques y ríos. En cambio, cabría esperar que los progresistas estuvieran más abiertos a los cambios radicales en el campo, en especial si el objetivo es acelerar el progreso y aumentar el nivel de vida de las personas. Sin embargo, una vez que la línea del partido se ha fijado sobre estas cuestiones mediante diversas particularidades históricas, para los conservadores se ha vuelto algo de lo más natural rechazar la preocupación por los ríos contaminados y las aves en peligro de extinción, mientras que los progresistas de izquierdas suelen mostrarse temerosos ante cualquier alteración del antiguo orden ecológico. Ni siquiera los científicos son inmunes al poder de pensar en grupo. Así, los científicos que creen que los hechos pueden hacer cambiar la opinión pública tal vez sean víctimas del pensamiento científico grupal. La comunidad científica cree en la eficacia de los hechos; de ahí que los leales a dicha comunidad continúen pensando que pueden ganar los debates públicos lanzando a diestro y siniestro los hechos adecuados, a pesar de que hay gran evidencia empírica de lo contrario. De forma parecida, puede que la creencia liberal en la racionalidad individual también sea producto del pensamiento liberal en grupo. En uno de los momentos culminantes de La vida de Brian, de los Monty Python, una enorme muchedumbre de seguidores ilusos confunden a Brian con el Mesías. Brian les dice a sus discípulos: «¡No es necesario que me sigáis, no es necesario que sigáis a nadie! ¡Tenéis que pensar por vosotros mismos! ¡Todos sois individuos! ¡Todos sois diferentes!». La muchedumbre entusiasta canta entonces al unísono: «¡Sí! ¡Todos somos individuos! ¡Sí, todos somos diferentes!». Los Monty Python parodiaban la ortodoxia contracultural de la década de 1960, pero la afirmación puede aplicarse igualmente al individualismo racional en general. Las democracias modernas están llenas de muchedumbres que gritan al unísono: «¡Sí, el votante es quien mejor lo sabe! ¡Sí, el cliente siempre tiene la razón!».

One thought on “Sabes menos de lo que crees

Deja tu comentario