Por, Yuval Noah Harari
V. RESILIENCIA
20. Significado. La vida no es un relato
El peso del techo
Aunque un buen relato ha de otorgarme un papel y extenderse más allá de mis horizontes, no tiene por qué ser verdadero. Un relato puede ser pura ficción, y aun así darme una identidad y hacer que sienta que mi vida tiene sentido. De hecho, hasta donde llega nuestro conocimiento científico, ninguno de los miles de relatos que las diferentes culturas, religiones y tribus han inventado a lo largo de la historia es cierto. Todos son solo invenciones humanas. Si buscamos el sentido real de la vida y a cambio obtenemos un relato, debemos saber que es la respuesta equivocada. Los detalles exactos en realidad no importan. Cualquier relato es erróneo, simplemente por ser un relato. El universo no funciona como un relato.
Así pues, ¿por qué la gente cree en estas ficciones? Una razón es que su identidad personal se ha construido sobre el relato. A las personas se nos pide que creamos en el relato desde la más tierna infancia. Lo oímos por boca de nuestros padres, nuestros maestros, nuestros vecinos y de la cultura general mucho antes de que desarrollemos la independencia intelectual y emocional necesaria para poner en cuestión dicho relato y verificarlo. Para cuando nuestro intelecto madura, hemos proyectado tanto en el relato que es mucho más probable que usemos nuestro intelecto para racionalizarlo que para dudar de él. La mayoría de la gente que se dedica a la búsqueda de identidad es como los niños que van a la caza de tesoros: solo encuentra lo que sus padres han ocultado previamente para ella.
En segundo lugar, no únicamente nuestras identidades personales, sino también nuestras instituciones colectivas se han construido sobre el relato. En consecuencia, resulta muy intimidante dudar de este. En muchas sociedades, a quien intenta hacerlo se le condena al ostracismo o se le persigue. Aunque no sea así, hay que tener nervios de acero para cuestionar el tejido mismo de la sociedad. Porque si de verdad el relato es falso, entonces el mundo tal como lo conocemos no tiene sentido. Leyes estatales, normas sociales, instituciones económicas, todas podrían desmoronarse.
La mayoría de los relatos se mantienen cohesionados por el peso de su techo más que por la solidez de sus cimientos. Pensemos en el relato cristiano. Sus cimientos son los más endebles de todos. ¿Qué prueba tenemos de que el hijo del Creador del universo entero naciera como una forma de vida basada en el carbono en algún lugar de la Vía Láctea hace unos dos mil años? ¿Qué prueba tenemos de que esto ocurriera en la provincia romana de Galilea y de que Su madre fuera una virgen? Pero se han erigido enormes instituciones globales sobre dicho relato, y su peso presiona con una fuerza tan abrumadora que lo mantienen en su lugar. Se han librado guerras enteras por haber querido cambiar una sola palabra del relato. El cisma de mil años entre los cristianos occidentales y los cristianos ortodoxos orientales, que recientemente se ha manifestado en la matanza mutua de croatas y serbios, se inició a partir de la sola palabra filioque («y del hijo» en latín). Los cristianos occidentales querían introducir este término en la profesión de fe cristiana, mientras que los orientales se opusieron de forma vehemente. (Las consecuencias de añadir este término son tan arcanas que sería imposible explicarlas aquí de una manera que tuviera sentido. Si el lector es curioso, pregúntele a Google.)
Una vez que identidades personales y sistemas sociales enteros se construyen sobre un relato, resulta impensable dudar del mismo, no debido a las pruebas que lo apoyan, sino porque su hundimiento desencadenaría un cataclismo personal y social. En historia, a veces el techo es más importante que los cimientos.
Fuentes: escrito (el peso del techo) / foto1 (relato) foto2 (Harari)