Por, Luis Alberto Nina


Casi siempre aleja uno al lector de un escrito cuando en éste empieza citando a un tal Nietzsche. Típicamente le surge como una punzada de la que no se sabe ni de dónde provino ni adonde fue que golpeó; —¿lograré entender lo que se va a decir? Se piensa—.

De todos modos, intentaré distanciarlo, o quizá ya no haga falta porque, paradójicamente, he librado la tensión en estas primeras oraciones.

Un hecho es la conclusión de una acción, percibida y demostrada por quien, en teoría, la protagoniza; es esa conclusión, pero sin subjetividades. O sea, infalible en su constitución. Por otra parte, una interpretación es la opinión que le damos a ese «hecho». Ahora, como no hay verdades absolutas (tesis que está altamente consensuada por el circulo filosófico global); todo lo que se cree acabado, realmente no lo es, debido a que todo vive –no solo en movimiento– sino que, tampoco realmente está ni allá ni aquí. Es algo así como sucede con los fantasmas: que no están ni muertos ni vivos. Esa idea fantasmagórica le brinda una categoría inconclusa igual al hecho. El fantasma es quizá la presencia de una ausencia, es incomprensible ante el pensamiento binario; no logra definirse en ninguno de los dos polos. De modo que, para Nietzsche, ahora lo cito: «no hay hechos, sino interpretación».

La interpretación, definiéndola mejor ahora que creo que nos hemos librado del sesgo de «tener» la verdad, o mas bien de pretender saberla… podemos aducir que lo dicho es sólo la interpretación; la lectura que cada uno le da a su fantasma. Uno muestra su inclinación y otros igual proveen la suya. De manera que, en sí no hay un cierre definitivo. Sino un parecer cual va a suceder siempre faltándole más información para hacerla verdad. Como dice Andrés L. Mateo, un intelectual dominicano: «la verdad son muchas cosas juntas al mismo tiempo». Con esto, obviamente, viniendo de la conceptualización de un intelectual, igual no define literalmente la opinión como verdad, sino que, provoca que se extienda, y que luego vuelva y, con la ausencia siempre de más información, se extiende una vez más, aludiendo a que siempre hará falta profundización y perfeccionamiento. Por el momento, podemos decir que, quien más puntos validos albergue, entonces más tiene lo que en el momento diremos que es la verdad. Claro, tomando en cuenta que cada punto tendría, teóricamente, un peso igual.

El saber

Soy de esas personas que ama el saber, así mismo como un niño que idolatra un dulce: me encanta, lo persigo, lo imploro, hago mi trabajo para cargar con él. Siempre digo que todo aquel que tenga algo que decir, que yo desconozca, que lo diga, que quiero igual saberlo. O sea, quiero saberlo todo. Saber, alegóricamente, es saborear la conclusión de la relatividad de los hechos. Solamente. Es la interpretación que cada uno le da al fantasma del que desea expresarse. Y esa versión, esa verdad «relativa», si se define científicamente, y teóricamente se agota su búsqueda, yo, amante del saber, deseo conocerla.

No obstante, aunque sé que, al menos aquellos que me rodean, al igual que a mí, se nos es casi imposible que dicha interpretación contenga ribetes de la mera verdad. Sin embargo, en honor al dialogo y a la convivencia social, hacemos como que no solo es una interpretación, sino que es una verdad relativa, o hasta quizá la verdad… para mantener la paz… Ahora, lo que no entiendo es que, basado en una experiencia, esa persona se destape con una opinión aludiendo a que la misma es esa verdad. Inmediatamente le confieso, en un tono amable: no es ahora verdad lo que se analiza solo por el hecho de que a ti una vez te sucedió. Una aseveración de tal adivinanza debe ser considerada poco productiva, mezquina. En sí la experiencia no debe constituir más que un sueño que se acaba de tener, no debe acercarse siquiera a la verdad relativa. La experiencia no debe instituir ni como parámetro ni como reemplazo de un hecho. Para que tal experiencia, fáctica, obvia, correcta, tenga validez, es perentorio que se conceptualice, o, como diría Derrida, que se deconstruya. La deconstrucción de un ideal, si podemos llamar a la experiencia como tal, es el análisis filosófico de dicho tema. Filosofar es, sumergirse en las profundidades de tal tema, separar todos sus átomos o monadas (aludiendo a las verdades de Leibniz), y ponerlas en perspectiva. Pero tampoco termina uno de decirlo todo mediante esta aplicación de la lógica. Porque igual hay que filtrar quien la analiza; si entiende lo que tiene en sus pensamientos. Por ejemplo, ¿sabrá cuál es su conclusión, descartará esto, apreciará lo otro…? Digo, si estamos llamando a que se deconstruya una experiencia, de por sí podemos concluir que, quien desconocía esto quizá carece de este dominio filosófico. Filosofar es eso: sumergirse, romper todo en pedazos, unir, descartar, encajar, filtrar y luego concluir. Y esa, es entonces, la interpretación de la que Nietzsche aboga.

Bernard Shaw alude a que, «de la experiencia se aprende, pero es mejor aprender antes que ocurre, así se evita». Deconstruir una experiencia personal o de otro es analizarla, es acercarla más a la verdad, es hacerla merecer consideración.

No tiene nada de malo referirse a una experiencia, usar esa opinión para rellenar los huecos de una conversación; el problema surge, considero, cuando se hace creer que la verdad existe debido a que se sintió tal experiencia. Esto de por sí es un sofisma y no tiene cabida en el intento por encontrar y divulgar la verdad. Para que tal corresponda a la interpretación de una idea o un tema, es imperativo que se pondere. Y al ponderarse se hace eso, a posteriori, a lo que se refiere Bernard Shaw. En fin, la verdad no existe ni de la experiencia, ni de la adivinanza, ni de suposiciones; la misma vive detrás de una ardua racionalización de lo que se pretende definir. Y, entonces en ese fin, tampoco… constituye, para Nietzsche, una interpretación, mas nunca un hecho.

De manera que, para hacer que una opinión lata, que provoque en el resto una sensación triunfal, no debemos nunca de dejar de estudiar, de educarnos, de escudriñar cada aspecto de lo que se plantea, de racionalizar, de deconstruirlo todo.

Fuentes:  foto1    foto2 

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