Por, Luis Alberto Nina


Te presentas en un restaurante de hamburguesas como McDonals o Wendys, notas que en una pantalla te presentan el nuevo bocado del año; dos preciosos trozos de panes, por el lado exterior repletos de ajonjolíes, atrapando una amalgama que incluye ensalada, una salsa pintoresca y una inmensa estrofa de carne jugosa derritiendo un queso amarillo que, si no lo procuras de inmediato te embarra la ropa. Nunca te hubieses imaginado que podías desear con tanto deleite una pieza como esa que acabas de presenciar… ya no es un acto de venta, sino de compra; te urge encaramar tus labios en semejante delicia. Incluso, estás dispuesto a esperar en una fila y a pagar lo que sea; hasta a trabajar el doble mañana en el gimnasio. Todo por saborear esa hamburguesa.

Toda esta aventura es la presentación, en su mejor faceta, de un producto que, indudablemente, se pretende adquirir capital de su venta. Tú en realidad no lo compras, se te ha vendido, y se ha logrado de la manera más mercadeable posible hasta el momento. El pan de la hamburguesa en la foto se ha encontrado entre cientos de otros creados solo para esta vez, la carne se ha cocinado a su perfección; la ensalada se ha requeté-mojado con un Spray para connotar frescura en sí, la salsa ha sido escogida de un concurso que se realizó donde el ganador fue premiado con cinco mil dólares y, sobre todo, su consistencia se ha rediseñado con el fin de que sea más apetitosa. En el orden en que se ha construido la hamburguesa ha sido la idónea; se coloca un abanico detrás para despejar la humedad, se vuelve a calentar la carne porque se ha enfriado en el proceso de capturar la mejor imagen y, sobre todo, se han contratado el mejor fotógrafo de comida al igual que los mejores editores para que, sin lugar a duda, la presentación sea la perfecta.

Esa hamburguesa con la que te acabas de topar, al voltearte a mirar a tu llegada al restaurante, no es una simple coincidencia; el lugar adonde se colocó la pantalla, su altura e iluminación… todo juega un juego espectacular que dictaminará, pragmáticamente, todo el ejercicio descrito aquí.

Por lo tanto, tú no compras la hamburguesa, ella se te vende a ti.

 

 

La pregunta es, ¿constituye esta venta una falsedad, debido a que, cuando se te entregue la hamburguesa no será para nada similar a la que se muestra en la pantalla?

Las respuestas variarán, pero habrá una que hará eco, al decirla ahora, en la mente de muchas personas: si, esa no es la hamburguesa que se muestra. Es más, “ni siquiera gusta” el cómo imaginé que sabría al ver semejante exquisitez en la pantalla.

De modo que, ¿fue una trampa el mercadeo? ¿Es una trampa siempre el mercadeo si lo que se obtiene no es literalmente lo mismo que se imagina o espera? A lo mejor no, ha de ser la respuesta a ambas cuestionantes.

Si uno pone en venta una caja cerrada con un objeto misterioso adentro, y después que alguien la compra resulta que era una piedra que existía allí, ¿es todo esto una trampa? Literalmente una piedra, de eso hablo; nada que ver con esmeralda o rubí o qué se yo… La persona compró la caja a subiendas de la incógnita, es cierto esto; no obstante, quien la vendió sabía a ciencia cierta que, en este contexto, lo que ofertaba no era nada de valor. De modo que, sin lugar a duda creo que sí fue una trampa la venta.

 

Ahora, cuando nos referimos a lo que sucede en esta era de la redes sociales, todos igual nos vendemos. Creamos un avatar tanto físico como alegórico y lo presentamos ante el público. Tal presentación es nuestra representación; lo que hacemos, nuestra historia, lo que somos, lo que queremos y/o pretendemos. Toda esta imagen nuestra no necesariamente se vincula detrás de una recompensa pecuniaria, aunque en algunos casos sí, sino en lo social: modelo y luego aceptación, validación, elevación…

Cuando nos tomamos una fotografía con el fin de presentarnos en de las redes sociales, no es sólo una captura la que tomamos, sino muchas… muchísimas. De ellas elegimos cuidadosamente la que consideramos que muestra nuestra mejor versión. Y nada de malo realmente tiene esto, obviamente no vamos a colocar la fotografía en que peor quedamos, o alguna en que no quedamos tan bien como en otras. ¿Es esto una trampa? Realmente no, porque en sí seguimos siendo nosotros a quien presentamos. ¿Y si nos bañamos y nos decoramos y nos colocamos en ángulo preciso, sería esto una trampa? Tampoco… ¿quien dijo que tenemos que presentarnos de otra manera que no sea la mejor versión nuestra? Lo cierto es que ni estamos siempre bañados, por seleccionar uno de los epítetos, ni siempre estamos sin bañar; Por lo tanto, si nos vamos a presentar, pues que tal representación sea en la dirección positiva, en vez de lo contrario.

De manera que, nunca va a resultar una trampa cuando nos presentamos de modo positivo. En contraste a si tal foto ha sido editada de un modo que, en ella ya no somos obesos, o que aparece un carro de lujo que no es nuestro, o si estamos en un lugar exótico al que nunca hemos asistido. Esto sí sería trampa.

Todo esto lo escribo con un propósito, más bien para culminar con una sentencia compuesta la cual enunciaré al final de este escrito. Pero antes, debo advertir lo que ocurre cuando compramos y, por ende, caemos en la trampa. Resulta ridículo que nos veamos en el predicamento de tener que angustiarnos por haber realizado una mala compra, por caer en bucle innecesario. Y para dilucidar este argumento voy a recurrir a un filtro particular que en mi vida diaria algunas veces utilizo.

Como grandes estudiosos que muchos pretendemos ser, en especial de aquellos filósofos antiguos; personalidades con opiniones soberanamente definidas sobre temas altamente complejos y simples, todos ellos tuvieron su decir sobre temas tanto de su tiempo como del pasado; pero nunca sobre temas en los que nunca se habrían enterado, como los de hoy, en especial los del Internet y las redes sociales. O más bien, los de toda esta era tecnológica. Es decir, de una manera llana: nos compete a nosotros ser los filósofos de esta era. No hay en quienes podamos rebuscar “conocimiento” para formular nuestras ideas. Y me parece que este tema resulta uno de ellos.

No es lo que el otro presenta o el cómo se representa, sino lo que uno interpreta. Ahí está… Lo que se nos vende, viene o no con una piedra adentro. No tenemos que comprarlo, y por ende, no tenemos que caer en la trampa. Y, si es que lo compramos, debemos hacerlo con el agravante (muy importante llamarlo agravante y no atenuante) de que, puede la caja venir vacía o con una piedra. Las imágenes de otros en las redes, sus vidas, en sí lo que se nos dice es literal o literalmente no es. No debemos inculparlos, mas bien lo que debemos es interpretarlo mejor.

 

2 thoughts on “La trampa

  1. Definitivamente, el objetivo principal de las artes plasticas es claro: producir obras con fin de belleza. Y la fotografía no escapa a este objetivo. Aunque concuerdo en que a muchos se le va la mano al expresar su mejor versión, principalmente con los filtros, estrategia usada en casi todas nuestras experiencias humanas en las que deseamos quedar bien parados. La autenticidad debe prevalecer y pienso que el más afectado en todo este asunto de mostrarnos de manera digital como no somos en nuestra versión presencial es nuestro autoconcepto. Excelente entrada, Mugneco.

    1. Tienes optima razón, Princesa; la autenticidad… Tanto siento en vivir esta forma que dices al máximo porque, así como creo que tú, la considero lo que en sí nos representa. Presentarnos de un modo en que no somos nosotros lo único que logra es que el otro quiera u odie a otro, no a lo que en sí somos. Ser nosotros nos dará los fracasos, si, pero igual nos dará los logros… los verdaderos logros, en este caso. Cuando alguien te acepta, para seleccionar un tema, te acepta a ti… si es que lo que presenta eres tú. Hay que tener mucho cuidado con no mostrarnos como somos realmente, el alboroto que se arma no tiene retorno…

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