Por, Luis Alberto Nina
En lo que tiene que ver con las relaciones, no necesariamente de parejas, el ser humano común es de la torpe idea de que, cuando se expresa, cree que puede dominar lo que dice al igual que a quien se lo dice. La ilusión de control en este fenómeno es una de las aberraciones más acentuadas con que nos encaminamos en la vida. Sí habrá acciones o personas con las que interactuamos que dará resultado la trampa, pero mayormente esto no es real. Incluso, aún la estratagema no dando los resultados vaticinados, no seríamos conscientes de percatarnos que no salió como esperábamos. Y aun en la falla, olvidamos rápido que realmente no somos semidioses.
Cuando se trata con el otro, obvio que debemos considerar quién es y lo que le decimos. Ahora, pretender que al hacerlo tenemos el control es pura ingenuidad. Simplemente lo intentamos… y lo hacemos de la mejor manera que entendemos sólo porque es nuestro deber. Lo que intento advertir es que, debemos ser o estar conscientes de que, estamos muy lejos de la verdad sobre el dominio de los actos que expresamos y de las personas con quienes nos relacionamos. Cada expresión, cada enfrentamiento, por decirlo así, ha de conllevar una o varias estrategias particulares que hará que dé resultado nuestros deseos; pero queramos, luchemos o soñemos, típicamente la desconocemos. O sea, ¡es que nadie es tan sabio para dominar –lo que en filosofía se le endilga–, el consecuencialismo!
Continúo…
Lo que acabo de presentar va de la mano, eminentemente, del control de nuestro accionar “con la otra persona”. No obstante, el punto que intentaré hilvanar en este escrito no es en sí ese tipo de “control”; mas sí el otro, ese que está ajeno de lo que concebimos de nuestras actuaciones.
Aquí va el ejemplo que típicamente uso cuando voy a expresarme de este tema
Si enteras a una persona que fracasaste, por ejemplo, que un día en tu historia, sólo uno, caminabas de camino a casa y, sin percatarte, sentiste que tu cuerpo se había hecho de vientre (a ver si se entiende el eufemismo), creerás que lo que acabas de enunciar ha sido sólo un chiste en que ambos terminarían riéndose y todo seguiría igual, específicamente en la mente del enterado. Falso de toda falsedad. Este delirio de control de creer que, lo que decimos, a quién se lo decimos, cuándo, adónde, cómo… va a producir o no, lo que a priori imaginamos, está muy alejado de nuestra consciencia. Y está bien, es normal que no tengamos su dominio. Pero recordemos que ahora no hablo de dominio, sino de consecuencia. Por consiguiente, el problema con presentarnos “fracasados” (así se da esta dinámica cuando tus chistes hablan mal de ti), provocamos en la mente del otro una conclusión irreversible que indudablemente vamos a terminar cobrando de mal gusto.
Decirle a alguien que fracasaste es decirle a alguien que eres capaz de “no irte bien”, que no tienes dominio de todo, de tu vida, que tampoco eres infalible. Los puntos que acabo de ofrecer pudieran parecer una obviedad, y lo son; sin embargo, nuestro cerebro no los concibe así al relacionarse con la otredad. Es decir, cuando tratas con alguien con quien no te conoce a fondo, el otro puede pensar que eres mediocre; pero esto sólo se induce. Esto solo se dice por mezquindad y no porque ha visto resultados de ti en esa dirección. De manera que, por lo general, cuando dos personas se relacionan por primera vez… así como dice el refrán aquel: “El pez mueres por la boca”, es sólo hasta que hablas, en este caso, que dices quien eres. Igual y mejor sucede, siempre para mal, cuando eres tú mismo quien lo defines, inconscientemente… y lo haces creyendo que, tanto lo que dices, como a quien se lo dices, está bajo tu control.

Silencio
En filosofía, se tiene bien entendido que la verdad no existe, que la misma es relativa. Es decir, lo que tú entiendes verdad sólo lo es para ti, no para el resto. Igualmente, lo que es verdad hoy, no necesariamente lo fue ayer ni lo será mañana. Como dicta Nietzsche, la verdad es sólo esa interpretación que le das… O sea, la verdad no existe. No hay verdades absolutas, sólo relativas; sólo interpretaciones… No obstante, y sin ánimo de desviarme más de la cuenta, creo que poseo una más que otra verdad “absoluta” con las que me mataría con cualquiera en debate (obvio que exagero). La primera es que, las culturas hay que respetarlas. Es decir, lo que se da en el crecimiento y desarrollo de una sociedad, en un lugar y tiempo particulares, hay que respetar y ya… La segunda es que, Donald Trump es un idiota. Esta, me atrevo a asegurar, no amerita más información. Y la tercera, y de ésta es la que quiero tocar en este segmento, es que, sólo “en el silencio está la verdad”. Paradójico, si, pero mayormente entendible cuando termine de explicarlo: sólo haciendo silencio estamos en lo cierto. Del silencio escapa el ruido más latente e importante que pudiera existir en nuestro ser. En el silencio hay trampa, hay fuerza; y hay, para concatenarlo con el tema de hoy, un ser inquebrantable del que el otro sólo piensa cosas grandes y positivas. O sea, sólo cuando haces silencio, no metes la pata, como me hice eco en la paremia sobre el pez que cité en el segmento anterior.
El narcisista
Creemos que, sólo los narcisistas son a las personas que tenemos que temerles. Antes que todo, le atribuimos este trastorno de la personalidad sólo a ciertas personas con las que tratamos. No a todos. Y que sean o no narcisistas es totalmente irrelevante. Primero, porque no somos psicólogos ni psiquiatras para saber qué carajo deducimos. Y segundo, porque no hace la diferencia cuando no tratamos al resto de la gente de la misma manera. Lo hacemos con sólo algunos. Y lo hacemos para mantenerlos alejados de nuestra tranquilidad. Es a éstos a quienes creemos que, cuando nos expresamos, le decimos todo de la forma más precisa y controlada del mundo. Es decir, es sólo con estos demonios, los narcisistas, con quienes intentamos controlar las consecuencias. Sólo con ellos. ¿El resto de las personas? Bien gracias…
Hablar de más
El ejemplo que di arriba de “ir al baño” en nuestros pantalones (asumo que ahora algunos más entienden la metáfora), lo hago para ilustrar cómo la inocencia de una opinión puede despertar en el otro criterios o ideales perjudiciales del quienes en sí somos. No descarto que pudieran tener razón. Es más, siendo realistas, sus conclusiones son más verídicas que falsas. Es decir, alguien que le dice al otro de sus fracasos, le está enterando que “no se quiere”. Esto puede parecer un chiste lo que sentencio, pero de eso se trata el escrito; creemos a veces que, lo que decimos y a quien se lo decimos, sea o no narcisista, no logra despertar silencios en la otra persona. Pero es así. Si tú escucha que, tu gran amigo Pedrito, una vez más, fue a parquearse y, antes de lograrlo, otra persona ocupó su puesto (Pedrito fracasó), tú no le aplaudes a Pedrito por “perder”. Y días después escucha otra historia de Pedrito, donde éste fue despedido de su trabajo porque otro empleado trabaja mejor que él y, “le quitó el puesto”; Pedrito en tu vida no está convirtiéndose en el mejor humano o, en el mejor de los casos, está bajando de nivel (en caso de que él fuera antes silencioso). Y luego otro día, el mismo Pedrito te dice lo que le pasó: que se hizo numero dos en los pantalones. Inmediatamente, tu consciente o subconsciente empieza a concluir que Pedrito es un “fracasado”; o peor aún, “al fin del mundo voy con cualquiera, hasta con quien no conozco, pero no con Pedrito”.
El punto que quiero dar sobre “el fracasado” es que, inconscientemente le estamos mostrando al otro la basura debajo de nuestra alfombra; le estamos dando al otro las herramientas para destruirnos, lo que sería lo peor. No obstante, el tema que toco aquí no tiene que ver necesariamente con lo que otros ven que somos ni cómo éstos nos destruyen, que sin lugar a duda ocurre muchas veces; sino, quiero enfocarme en el cómo éstos nos descartan.

¡Quiérete!
Lo clásico es todo aquello que perdura en el tiempo. Es decir, si las canciones de Bad Bunny o Karol G, en cien años todavía se están escuchando e intentando bailar, las mismas constituirían música clásica. La música que típicamente llamamos clásica no es sólo aquella instrumental, la música clásica es toda aquella que ha persistido en el tiempo. Paralelamente, el hecho de que las paremias se sigan repitiendo por tantos siglos, deben haber albergado cierta verdad en ellas. Es decir, una frase que todavía se diga después de –hipotéticamente– cinco siglos, es una que debe indiscutiblemente tener cierta verdad enredada. Otra de ellas es la siguiente: “Para que alguien te quiera, debes tú quererte primero”.
A todos esta idea pudiera parecernos una opinión simple, banal, o fuerte; pero la misma realmente lo es todo en la vida del ser humano en ambos lo personal como en lo social. Si una oración nunca voy a dejar fuera del libro en que me inspiro con mis dedos, cuando salga a la luz, es la unión de estas palabras. Es más, sin miedo a equivocarme, es probable que sea la más importante oración que dé inicios a mi libro. La voy ahora a explayar:
¡Quiérete! El que se quiere se trata bien, se defiende, aboga por sí, se pone como prioridad, no le dice a nadie que se hizo mierda en los pantalones. Cuando uno se quiere, eso se proyecta: con lo que se actúa, con lo que se dice, el cómo e, incluso, a quien se le dice. Quererse es presentarse en la sociedad de forma “normal”, bien, justa; desde cero, digamos…
Cuando se habla de quererse, nutualmente hablamos de “quererse a uno mismo”. No importa lo que diga nuestra madre, nuestro padre o algún amor escondido o revelado, nadie puede quererte más que tú mismo, que tú a ti mismo. Es de la única forma que esto resulta, que la verdad en el refrán lo mantiene clásico. También, la razón por la que le pertenece a la misma persona quererse, reconocer que se quiere y luchar por ello, es porque esa persona vive dentro de sí; ella es ella, nadie está ni ha estado ahí consigo. No puede existir otra persona como uno mismo para uno mismo. Ni teóricamente es factible contradecir esta aseveración; es un axioma. Por lo tanto, y este es en parte la conclusión de este segmento: cuando te quieres, ¡bravo! Y cuando no, le dices al otro que no vales. Esto no es teórico. No es a veces que lo entiende. Lo entenderá desde el primer intento. Porque no sólo se lo dices, tus acciones débiles se lo gritan. Una razón por la que quizá no estés de acuerdo con esta aserción se debe a que, realmente no eres consciente de lo que sucede, como quizá lo son muy pocos.
De todos modos, el otro, te guste o no, estés de acuerdo o no, va a interpretar que no vales. Y lo hará porque, analiza realmente esto: si eres tú la persona que más se conoce, no otro conoce más de ti, nunca va a ser así… y estás dispuesto a decirle al otro que una vez, sólo un día, te hiciste pupú en los pantalones, le estás enterando de la obviedad, que no vales… le dictas que, no te quieres porque no vales. O sea, le estás ayudando a menospreciarte, a no respetarte, a nunca llegar a amarte… a descartarte.
El proverbio clásico que dice, “nadie es profeta en su tierra” tiene mucho que ver con mezquindad, con envidia, pero igualmente tiene que ver con que, quienes han estado en tu entorno te han visto tener muchos fracasos. Y sólo esto ultimo, no provoca en ellos la confianza de admitir que ahora eres grande.
¿A quién ama el otro?
El otro sólo llega a amar y a respetar a la persona que se quiere. Si tú no te quieres, nadie nunca realmente te va a amar. Y sí, lo sé, sé que dirás que te quieres, que nadie quiere de ti más que tú; pero te falta más. No es suficiente la intención o la voluntad para que la otra persona te crea el discurso; debes quererte, y es mejor cambiar eso de, “y demostrarlo”, por un, quererte y actuar acorde a ello.
Para finalizar, ¡ahórrate los chistes que vayan en tu perjuicio! Apoya mi verdad y haz silencio, y; si vas a hablar de ti, hazlo de forma positiva. Pero si de algo estoy seguro es que, ni eres el más mierdero del mundo, ni eres el menos mierdero. Ahora, si vas a inclinarte en una dirección y a decir una de las dos, que sea que nunca en la historia, ni siquiera un sólo día, te has cagado en los pantalones. No seas idiota como tu presidente, y mira a todos como narcisistas.
Pos
Cuando le decimos a alguien que fuimos abusados por décadas, le estamos dando permiso a que piensen que, somos de esos a quienes se les puede abusar. ¡Silencio!
No es que la gente se despierte en la mañana pensando que a las 3:45 p. m. va a hacerle daño a Pedrito—descartándolo como prioridad. Es que Pedrito provoca eso en el otro. Y lo hace sutil e instintivamente. Al principio, el otro empezó a relacionarse con él de forma positiva, pero fue éste quien llevó a ese limbo con sus estúpidos chistes y personalidad ruidosa.
El efecto del payaso: el bufón
Todos sabemos quien es un payaso, pero pocas veces, quizá, no discernimos lo que éste representa. Un payaso es el bufón que trabajaba en las cortes medievales; el personaje cómico que entretenía a los reyes y su séquito con chistes, magia, malabares, etc. Este presentador no sólo entretenía, sino que era el paradigma de la burla. Un bufón era o es, si hablamos del payaso hoy presente, el personaje que se usa –no necesariamente para reír con él–, éste poco se ríe; sino para reírse de él. Es decir, cuando eres el que haces los chistes del grupo o de la fiesta, revísate los pantalones…
Si deseas saber cómo puedes “quererte” o demostrar que “vales”, que mereces respeto, haz una cita conmigo y nos ponemos a beber Whiskey mientras escuchamos la historia de Sabina.