Por, Luis Alberto Nina


Eres cobarde para muchos retos, como superarte… Mueres poco a poco cada vez que te niegas a abrir ese closet adonde supuestamente habitan parte de tus monstruos; es más, ni siquiera mirar en su dirección te atreves… En el momento en que aceptes que no es en tu futuro que están los amarres de tu suerte, sino en tu pasado, y que vayas a él, entonces empezará tu vida a desvestirse de grises. De modo que, deja de jugar a la víctima, levántate de esa cama, ve a ese closet, abre su puerta y, entérate que allí sí viven tus monstruos y que por ellos toda esta oscuridad que te azota… Luego, te exhorto a que empieces a pintar tus escondites de colores. Y recuerda, si es que no te vas a defender, no compres pintura sólo para desperdiciar. 

Una enorme parte de la suerte del futuro de la vida del ser humano inicia desde su niñez. Toma el que un padre/madre/cuidador se aleje de su hijo, o que exista una cultura de peleas o maltratos en el hogar, o que ignoren a su hijo o no se le dé afecto, para que este futuro adulto entienda que no se le quiere; y que cree así traumas cuales terminarán quitándole la esencia a su ser. 

Traumas que inician en la niñez persiguen la tranquilidad del adulto; y sólo culminan cuando éste muere o si antes se ha dedicado a erradicarlos.

La responsabilidad de los padres o de aquellos a quienes les toca cuidar al niño debe ser cuidadosamente ejercida, sin que termine afectando la salud emocional del mismo. Se entiende que no siempre todo en el hogar es color de rosas, o que el cuidador llega cansado del trabajo y se le pasa ponerle atención a su hijo, o que divorciarse resulta una simple necesidad; no obstante, cada uno de estos actos tiene una reacción, y más cuando se trata de niños, su consecuencia puede latir hasta por generaciones.

Hoy, más que nunca, entendemos sobre el origen de estos traumas; no de que excusen nuestros comportamientos aberrantes, a veces, sino que, ya identificamos de donde muchos provienen. Y ya encontrando sus raíces, resulta más fácil, poder extirpar el mal. En esta era de las redes sociales y esta enorme expansión de la comunicación, se puede identificar el comportamiento de una enorme parte de la población, la que no corre, –que muere– errando por las orillas con las ganas a medias, descansando más de lo que se empinan. Este grupo, silenciados individuos por demás, cobardes, inseguros, aislados, ignorados… vive susurrando auxilios y abandonándose del mundo de todos. Estos traumas son los que forman parte del látigo alargado que les azota hasta en esos gigantezcos instantes en los que apenas sonríe, un látigo que les amenaza mucho antes de que siquiera se intente; que grita: aquí estoy, desde el mismo despertar del día. Y no hay escapatoria de ello si no es rompiendo con toda esta propia oscuridad que les opaca, si no se acepta, si no se empieza a crear otra identidad; al menos una más diáfana, arriesgada y carismática.

Más que todo, el cambio se da en la introspección; educándose e identificando los orígenes de ese mal, aceptándolos, disponiéndose a pasar de un extremo al otro y, sobre todo, haciendo ahínco en la destrucción de sus yerbas. Y cuando finalmente terminemos con esos traumas, entonces nos quitamos las cadenas que nos coartan la libertad, nos aventuramos al mundo, supremamente existimos.

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