Por, Luis Alberto Nina


The Dark Side of the Moon

Conocí una mujer que me entretuvo lo suficiente al punto que lograra percatarme de varias cosas de ella, de las que, entre todo aún conservo su mirada y… una enseñanza que viviré toda mi existencia.

Es probable que nunca me haya enterrado entre unos ojos azules tan intensos que, de su rostro, sólo a éstos los recuerdo; al igual que a otro latido de tono ideológico; el que estaré pronunciando por aquí.

Su piel era ágil, delgada y estaba desnuda… atestada de tatuajes; marcas que ella optó impregnar en su piel con propósito foráneos que, en su caso, me encantaría conocer. Tenía muecas extrañas de animales, lazos que la agarraban de todos lados y que, espero yo, le proporcionaba libertad. Pude ver dibujos de flores, ángeles, creaciones originales de ella, según lo que precisó luego. Y observé uno que consideré –no sólo interesante–, sino que igual estaba dispuesto a indagar al respecto. En su cuello llevaba las iniciales de un Sitcom que, por suerte ya he visto varias veces. Le hablé del mismo. Duramos quizás una hora dialogando de lo extraordinario que era Chandler, los misterios de Phoebe… e interrumpí la charla para sorprenderla sobre un artista musical que supuestamente me encantaba más de la cuenta. Sonrió sarcásticamente al escuchar su nombre. Me dijo, después de sorberse un trago, ¿a éste te refieres? (Mostrándome el nombre que le había citado). Andaba situado en su brazo izquierdo, en la parte interior de todo el brazo izquierdo, desde casi las axilas hasta su muñeca; más abajo, en esta última área resaltaba una luna, muchas estrellas y, lo que pienso que era, el planeta Saturno, por los anillos… Pink, decía en la parte de arriba; Floyd, en la de abajo. Sorprendido, volví a sus ojos, como todo un actor, —oh, ¿también te gusta?—.

¿Qué lleva a alguien a hacerse un tatuaje, a pegarse de por vida una marca en la piel?
Reconozco que el sello siempre es particular. Cada quien se hace uno distinto; y, aunque a veces se asemejan, nunca su origen ni la intención es la misma. Cada tatuado alberga su arte, carga con su decisión, se presenta al mundo con el dibujo que consideró que mejor la define, digamos.
Esta chica, pintándose semejantes letras, de tal tamaño (desde luego que también el tamaño implica su especialidad)… tiene una historia qué contar, todavía mejor que la de F.R.I.E.N.D.S.

—¿Quién es Pink Floyd?

—Es un grupo inglés—, luego me confirmó mi hermano.

—Debe ser bueno, debe estar al nivel de un Joan Manuel Serrat o de Los Beatles para que una persona se lo coloque en el brazo, y de semejante estatura, imagino—…
—Casi… están los Beatles…  Mencionó otro que le hace competencia, luego me sorprendió con el nombre que leí en el tatuaje de ella. No por que no le haga caso a mi hermano o a ella, pero, a este tema quise darle más alas; de modo que, si es así, sí, debo escucharlos entonces; debo saber de qué está hecho semejante impulso.

Sé del arte y de sus alcances, lo vivo a diario, pero… ¿aún intrigado, me pregunto, a dónde puede llegar la magia del arte que te conduzca a, lo que consideré, tal barbaridad?

Ella sola aludió a que eran sus favoritos. Asumo que dicha obviedad era de esperarse. De un momento a otro, tenía mi celular en su mano y puso la que más le gustaba, Comfortably Numb.

—Yo, que trabajo en un dentista, dijo, y siendo ésta, mi canción preferida, qué casualidad, me dice la gente—.

Yo, como todo conversador, asumí por lo de Numb que sabía a lo que se refería. Y sonreí con ella.

La canción no llegó a mí como evidentemente a ella, quien emocionadamente la cantaba con los brazos arriba. Pero, en aras de la verdad del artista, debo reconocer que, no soy de escuchar música en inglés. Igual, tampoco es como que sea fanático de las letras de ninguna canción; soy más del arreglo musical, de su percusión… obviamente había una historia entre esa canción y ella, aparte del doctor. Así como todos tenemos nuestra historia –o, con una canción, un lugar, una fecha– o algún tipo de veneno…

Dos semanas después, sin juzgarla aún, en Instagram me sale un corte musical de un tal David Gilmour; donde éste, al final de la canción, toca al unísono una parte de la melodía a través de una guitarra, en, lo que luego entendí que era, E menor. High Hopes era el nombre de la canción. Impresionante, debo resaltar.

A lo mejor fue a la hora en que la escuché (eran pasada las dos de la magrugada), el alcohol que ya tenía rodeando mi cerebro: ese estado sicodélico donde todo se aprecia de una manera más sutil, poética, y surreal… escucharla desde la misma esencialidad de la naturaleza… y dejando fuera la cultura o cualquier sesgo que le quite morbosidad a la misma. Concentrado y entregado a la percusión de esa pequeña entrega, fue que la viví.

Al otro día, al despertar, todavía quedaba en mi piel el resabio de aquella inmensidad de temblores y pausas que hace varias horas había experimentado. Sinceramente nunca en mi vida creo que he presenciado algo tan bello y tan perfecto. Era mágico, celestial. Inmediatamente, puse en YouTube el nombre que aún recordaba y, como era de esperarse, al lado salió que este talento formaba parte de un grupo musical, llamado Pink Floyd.

—Coño. Dije.

Al rato llamo a mi hermano, es el músico de la familia. Y le comento. Me dice que escuche su álbum favorito que está en Spotify. Entro a hacerlo y me deleito, realmente. En ese momento, ando dispuesto a colocar mis favoritas en un Playlist que he creado con el nombre de ellos, para conservarlas todas juntas. Para este entonces ya tenía a, High Hopes y otra que me fascinó, Wish you were here.

The Dark Side of the Moon fue el álbum que mi hermano me ofreció. Para cuando ya se había culminado, entré a mi Playlist, y me percaté que me habían gustado ocho de las diez canciones. Volví a él y le hice la anécdota.

—¡Qué si me gustó! Mira esto… Le nombré casi todas las canciones del álbum que me habían parecido muy buenas (sólo escuchándola una vez)—.

—¡Pero son casi todas!

—¡Exacto!

Una luna

Hay tatuajes que se hacen porque envuelven trampas, y que el resto de nosotros no conoce. Es lo penoso de todo esto. La ausencia del saber sobre los pormenores de otros. Juzgamos muy diligente. No le damos la oportunidad a otros a expresar el porqué, el qué… No obstante, ahora cuando veo un tatuaje, me interesa saber la historia detrás de la marca. Porque la hay, existe. Siempre hay una vida en el trasfondo de todo lo que hacemos, y esta moda tampoco es la excepción. Séase que alguien se haga una mariposa, un escudo, o dos ojos mirando abajo… todo alberga intimidad. Y la verdad de dicho enigma sólo le pertenece a la víctima. Juzgar es ignorancia, es una falta de empatía, de tolerancia; es resistirse al cambio moral. 

De todos modos, no creo que por mi cuenta me haga nunca un tatuaje. No pienso que sea necesario recordarme siempre de algo tan importante, o que otros vean lo que quiero o me llena. Ya de por sí para eso uso mi hipocampo. Ahora, si éste falla, no dudo de la aventura; o quizá si alguna gitana quiera pintar su magia encima de mi piel… Fuera de eso, mi respeto a los tatuajes y a los tatuados, aunque ni me gusta vestirlos, ni verlos, mi saber de su existencia. Aunque, como dije que debo cambiar de opinión, lo haré… Desde hoy, si algún afortunado está dispuesto al chisme o la confesión; soy un apasionado de las historias que vienen enredadas de acertijos, hechizos o traumas juveniles… ¡Cambio desde ya!

Hace un par de semanas escuché algo que concatena con la idea de este escrito y que, quiero creer que así debo vivir la vida (siempre en aras de mi mejoría, obviamente). Quiero creer que lo que aprendo, si es beneficioso, no llega para guardarse detrás de un escaparate, sino para vivirse, para cambiarnos y mejorarnos como seres humanos.

«Si una persona no está dispuesta a vivir en sus ideales; entonces no puedo yo creer en ellos». La expresión es perfecta. Aunque sea verdad o mentira, si esa persona predica una idea y no actúa acorde es porque ésta no está completa; de estarlo, independientemente la mentalidad de dicha persona, debe la fuerza del corazón conducirlo a actuar al respecto, por más violenta que sea la verdad (violenta es el epíteto que le da nuestro Alejandro Sanz a ella). De modo que, quien se dedique a predicar, igual así actúe. No es que sea mentira lo que dice, pero convencería más.

Fuentes: foto1    video   mi Playlist   foto2

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