Por, Jorge Bucay


Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. Y también están las que no lo tienen, o las que lo tenían y lo perdieron. Y son generalmente estas dos últimas, las que vienen a mi consultorio para decirme que están tristes o que tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o los más diversos dolores.

Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas, que trabajan nada más que para subsistir y que no saben en qué ocupar su tiempo libre. En fin, palabras más, palabras menos, están verdaderamente desesperanzadas.

Antes de contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que recibieron la condolencia de un diagnóstico seguro: «Depresión» y la infaltable receta del antidepresivo de turno. Entonces, después de que las escucho atentamente, les digo que no necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan, es un amante.

Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto. Están las que piensan: ¡Cómo es posible que un profesional se despache alegremente con una sugerencia tan poco científica!. Y también están las que escandalizadas se despiden y no vuelven nunca más

A las que deciden quedarse y no salen espantadas por el consejo, les doy la siguiente definición: Amante es: «Lo que nos apasiona». Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido.

La gente que ha tratado mi persona y conoce solo algo de mí, jura que, sobre neurociencia, conozco mis hierros; soy bastante conocedor y abierto a expresarme al respecto. Al punto de que, tengo amistades del ámbito de la pedagogía y cirugía del cerebro y me buscan–requiriendo mi punto de vista sobre ciertos temas. Yo, para ser realista, lo que entiendo de tal ciencia lo aprendí escuchando a un psiquiatra y a un filósofo interactuar sobre los ejes de la materia, leyendo un exquisito libro titulado Inteligencia emocional; al igual que, indagando sobre la biología de sus partes en la página de Wikipedia. Parecería incongruente mucho de lo que acabo de decir, pero no; lo que tiene que ver con el cerebro humano, tanto su anatomía como su fisiología, al igual que todo lo referente sobre dichos sistemas nervioso y límbico, lo conozco a un punto que considero relativamente necesario. Ahora, en lo que sí soy bueno es confundiendo… Y de eso se trata este escrito.

Cuando terminamos una carrera universitaria, la gran mayoría dudamos internamente sobre lo que sabemos; lo digamos o no, nos consideramos algo neófito en tal materia, y es digno ese sentir. Claro, hay ciertas personas que se distancia bastante de este relajo. No obstante, y siendo realistas, la otra persona tiende a confiar más en nosotros que lo que hacemos nosotros mismos. Conseguimos empleos que nos ponen a reto, luego otros empleos que su reto es todavía más intenso, y de esos recovecos también salimos airosos. Es natural; es la cercanía del aprendizaje. Si no se persigue arduamente, toma mucho tiempo.  Realmente –al final– una menor cantidad llega a convertirse en gurú de lo que se dedicó… Sin embargo, solemos expresarnos como que lo somos.

Tengo un amigo que cuando bebe le da con la de hablar de todo. Recientemente me topé con él después de tantos años distanciados. Le comuniqué que me encantaba beber con él puesto que, al él beber, yo aprendía mucho. Es como si se entrara en el flujo; ese sitial adonde todo para sí es verdad, donde el saber encaja y vuela de una manera tan exacta que, lo que salpica siempre es menester que se ponga en tinta. Al enterar a mi amigo de su talento, se ofendió. Creyó que me mofaba de sí. Y, por más que traté de alejarlo de tal complejo, quizás por falta de mi mala comunicación, más nos enlodábamos. Se fue de mi lado al final. De todos modos, para tratar de salvar un poco mis opiniones, terminé expresándole toda la historia a quienes eran participe de la trama.

—Este hombre cuando bebe, cuando entra en ese estado psicodélico, en el flujo —así mismo empecé, se les ocurren unas clases de genialidades que, solo hace uno (yo que soy un sofista), enamorarse más de las circunstancias de la vida y de las verdades de otros—. Me dijo una vez, claro que, con su mano en mi hombre y su aliento, lamentablemente, más cerca de mí de lo debido:

La psicología después de estudiar mucho sobre el tema descubrió algo trascendental:


Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida.

Fuentes: escrito   foto1   foto2

 

Deja tu comentario