Por, Luis Alberto Nina
La gente que ha tratado mi persona y conoce sólo algo de mí, jura que, sobre neurociencia, domino sus verdades; soy bastante conocedor y abierto a expresarme al respecto. Al punto de que, tengo amistades del ámbito de la pedagogía y cirugía del cerebro que me buscan–requiriendo mi punto de vista sobre tales temas. Yo, para ser realista, lo que entiendo de dicha ciencia lo aprendí escuchando a un psiquiatra y a un filósofo interactuar sobre los ejes de la materia, leyendo un exquisito libro titulado Inteligencia emocional; al igual que, indagando sobre la biología de sus partes en la página de Wikipedia. Parecería incongruente mucho de lo que acabo de decir, pero no; lo que tiene que ver con el cerebro humano, tanto su anatomía como su fisiología, al igual que todo lo referente sobre dichos sistemas nervioso y límbico, lo conozco a un punto que considero relativamente necesario. Ahora, en lo que sí soy bueno es confundiendo… Y de eso se trata este escrito.
Cuando terminamos una carrera universitaria, la gran mayoría dudamos internamente sobre lo que sabemos; lo digamos o no, nos consideramos algo neófitos de la materia, y es digno ese sentir. Claro, hay ciertas personas que se distancian bastante de este relajo. No obstante, y siendo realistas, las otras personas tienden a confiar más en nosotros que lo que hacemos nosotros mismos de sí. Conseguimos empleos que nos ponen a reto, luego otros empleos que su reto es todavía más intenso, y de esos recovecos también salimos airosos. Es natural; es la cercanía del aprendizaje; ahora, si no se persigue arduamente, realmente toma mucho tiempo. Aunque sólo una enorme cantidad llega a convertirse en gurú de a lo que se dedicó… Sin embargo, y este es el punto final, solemos expresarnos como que lo somos.
Tengo un amigo que cuando bebe alcohol le da con la de hablar de todo. Recientemente me topé con él después de tantos años distanciados. Le comuniqué que me encantaba beber con él puesto que, al él hacerlo, yo aprendía mucho. Es como si se entrara en el flujo; ese sitial adonde todo para sí es verdad, donde el saber encaja y vuela de una manera tan exacta que, lo que salpica siempre es menester que se ponga en tinta. Al enterar a mi amigo de su talento, se ofendió. Creyó que me mofaba de sí. Y, por más que traté de alejarlo de tal complejo, quizás por falta de mi mala comunicación, más nos enlodábamos. Se alejó de mi lado al final. Y para tratar de salvar un poco mis opiniones, terminé por contarle el resto de la historia a quienes eran partícipe de la trama.
—Este hombre cuando bebe, cuando entra en ese estado psicodélico, en el flujo, —así mismo empecé, se les ocurren unas clases de genialidades que, solo hace uno (yo que soy un sofista), enamorarse más de las circunstancias de la vida y de las verdades de otros—. Me dijo una vez, claro que, con su mano en mi hombre y su aliento, lamentablemente, más cerca de mí de lo debido.
Mira, si (dinero) tú envidas a un equipo “a más” en la pelota (béisbol), tú–empezando ya estás perdiendo la apuesta. Y puedes que pases la mayor parte del juego quejándote de estar abajo. Pero si apuestas “a menos”, inmediatamente empiece el juego estás ganando.
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—Claro, con esto él no necesariamente encontró la verdad de la ludopatía; ahora, sí me proveyó algunas herramientas que me ayudaron a pensar otras cosas: como a veces se complica uno la vida elucubrando vainas que terminan siendo todo lo contrario. Hablo más de nosotros los pesimistas, los que tendemos a hipotetizar para mal ¿Qué tal si en el juego, apostamos a menos? o en la vida, ¿si “elucubramos para bien” (como yo lo denomino)? Lo que esto logra es que, al principio de la estúpida e innecesaria hipótesis, estemos contentos; de que, a mediados, estemos contentos; y de que al final… bueno, o podemos enojarnos por su eventual conclusión, o quizá podemos seguir contentos. A esto le atribuyo matemáticamente 2.5 a nuestro favor. Lo que sería: 100% por el empiezo, 100% por lo del medio, y 50-50 por lo del final, que nos daría un 250% de 300%, o, 2.5. Mientras que, si “elucubramos para mal”, o, en otras palabras, si generamos una hipótesis en la que sus conclusiones son pesimistas, si apostamos “a más”: al principio, estaremos enojados; a mediados, estaremos enojados; y al final… bueno, o podemos contentarnos por su realidad, o quizá podemos seguir enojados. Esto es 0.5 a nuestro favor… Cero por el inicio, cero por lo del medio, y 50-50 por el final, que nos daría un 50% de 300%, o 0.5.
Es bastante obvia la idea de apostar a menos en la vida; no necesariamente en la pelota, que lo que se persigue son recompensas pecuniarias, no emocionales…
Ella no me quiere porque solo me llama una vez a diario. Además, las veces en que sí nos relacionamos, sólo permanece en el teléfono de una a dos horas, y no tres. Ella no me quiere, concluyo.
¿Qué es lo que se logra con esta hipótesis pesimista e irracional? Si a la larga desconocemos su conclusión, digamos, ¿por qué es que nos da con elucubrar para mal, en vez de hacerlo para bien y al menos disfrutar del presente, del futuro inmediato, aunque al final, todo puede o no concluir de forma opuesta?
¿Si el todo es todo, y la nada es nada, por qué consideramos como que hay algo en la nada?
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Lo estoy parafraseando, y sé que no le hago justicia al hacerlo; no obstante, respeto mucho que lo dijera porque si de algo estoy seguro es de que, su cuestión tuviera toda la verdad del mundo para un metafísico. Yo no recorro en esos laureles, aunque lo diga en voz alta. Sin embargo, lo escuché, lo dejé explayar su idea.
Amigos somos todos. Hay amigos que te llaman para pedirte prestado dinero, amigos que se te acercan para darte dádivas, amigos que sólo están para escuchar tus penas, tus plegarias; hay amigos que tú dirás que lucen menos amigos y más enemigos, y los hay que son verdaderos amigos. Pero son todos amigos.
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Obviamente, también lo estoy parafraseando. Al menos creo que en esto sí le hago justicia. Comprendí la idea de él, incluso, la llevé un poco más al extremo: reconozco que hay amigos de todos tipos, sino que, creo que hay formas de distarlos. Al menos a mi manera: hay amigos que nunca son invitados a la casa de uno, esos son conocidos; hay amigos que van durante una fiesta a la casa de uno, esos son amigos; hay amigos que van un miércoles a la casa de uno, esos son amigos–amigos, amigos íntimos; y hay uno o dos amigos que se ofrecen a ayudarnos sin siquiera pedírselo, que responden el llamado a las mismas tres de la madrugada, estos son mejores amigos.
Mira, cuando una persona sabe algo que tú no sabes, inmediatamente le consideras inteligente.
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¡Muy razonable la paráfrasis! Fue después que entendí lo que me decía. Y desde ese entonces, consigo buenos trabajos, tengo conocidos de los que recibo más respeto, lealtad, admiración, y, también recibo llamadas de neurocirujanos en momentos claves. ¿Qué hago para lograr todo esto?
En mi trabajo: si reconozco la respuesta mucho antes que se me pregunte, obtengo un punto a mi favor; si llego temprano y hago mis reportes a tiempo, se me considera responsable; si estoy dispuesto siempre, soy indispensable. Claro, la idea de mi amigo para dicho caso la estoy concatenando con otra idea de hacerse indispensable, de rellenar (de la que luego escribiré algo, se llama “Hay que recompensar”)… de modo que, tengo valor porque logro el modo de hacerme valer.
Explayo un poco más el punto de mi amigo
“El bebedor” es un amigo que no lo sabe todo, pero que elucubra siempre para bien, y que, también entiende muy bien que, cuando hay que confundir o dar una buena impresión, conoce adonde posicionarse con tal de generar una buena imagen. Aunque sea momentánea, ésta es digna de un enorme peso. Y eso hago también yo: leo mucho para confundir. Uno de los problemas más extraños con los que me he encontrado con la lectura es que, mientras más leo, más silencio me he dedicado a hacer.
P.D.: Lo de la neurociencia es una pequeña hipérbole que me llegó, con el fin de ponerle ironía a este escrito. Está de más decir que soy un neófito –no solo en esa materia– sino en todo.
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