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Pertenezco al grupo de tontos que aún cree en los milagros, esos que ocurren cuando pones el alma, mente y corazón; a los ilusos que piensan que se va por el camino adecuado siguiendo las corazonadas, porque hay que vivir creyendo que todo puede mejorar, que podremos hacer la diferencia y que algún día la marea golpeará a nuestro favor, mientras tanto, aprendimos a surfear los desafíos; de ese grupito que toma decisiones a sola firma con sabiduría, pues los impulsos emotivos sólo dejan un sabor frustrante; de los que colocan el pecho ante los desaciertos, pues la vida marcha si hay valor con todo y miedo; a los simplones en cuyos actos prevalece el amor y no la mala calaña de los engatusadores; a los ingenuos que prefieren sentir a aparentar felicidad, porque descubrieron que la alegría está en conectar paladinamente, sin rodeos y sin intenciones subyacentes; a los de palabra franca, honesta, aunque pegue duro; a los del apretón de manos enérgico, el abrazo empático y el hombro dispuesto; a los que creen en que lo grandioso está en todas las cosas que rebosan el alma y que a todo lo demás, si no se puede gestionar, se puede renunciar.