Por, Byung-Chul Han


[…] El dolor es la negatividad por excelencia […] La ideología neoliberal de resiliencia toma las experiencias traumáticas con el objetivo de potenciales rendimientos. El entrenamiento de la resiliencia tiene el objetivo de convertir al ser humano en un ser de rendimiento: insensible al dolor y continuamente feliz. El dolor se interpreta como debilidad en la sociedad paliativa: algo que debe ocultarse o eliminarse. Hoy el dolor está impedido de expresarse, está mudo. Vivimos una cultura de la complacencia que imposibilita la catarsis, y nos lleva a ocultarnos debajo de la alfombra de la positividad. 

La cultura de la complacencia impulsa la mercantilización de la cultura; la cultura deviene en economía y la economía se convierte en cultura. El diseño penetra en el ámbito del arte, y el arte y el consumo se mezclan. Cuando el arte y el consumo estaban en esferas separadas, no se esperaba del arte ningún agrada. El arte debía ser chocante, molestar, perturbar, incluso, debía doler: poner la piel de gallina, estremecer. El arte era un lugar distinto, extraño, donde el olor habitaba, capaz de contraponer su narrativa al orden imperante. La vida que rechaza al dolor es una vida cosificada. Lo que mantiene viva la vida es estar impresionado por lo otro.

Para Kafta, la escritura es una dulce y maravillosa recompensa, a cambio de un sufrimiento insoportable. Escribe cuando la angustia no lo deja dormir. 

Flaubert, crea sus maravillosas obras tardías sumido en dolores insoportables. Y sus obras son un canto al amor y al dolor. Pero la anestesia general de la sociedad hace desaparecer por completo la poética del dolor. El dolor se desengancha de la imaginación estética. Los analgésicos ponen una valla a la imaginación, la sedan. El dolor es interrumpido ante que se transformen en narración, porque la negatividad del dolor interrumpiría lo igual […]

Fuentes: escrito   /   foto

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